Los planetas
capaces de “pivotar” y alterar su orientación en cortos periodos de
tiempo, al menos a escala geológica, podrían ser buenos candidatos para
sustentar la vida tal como la conocemos.
Según un modelo desarrollado por un equipo de investigadores del
Instituto de Astrobiología de la NASA, los efectos climáticos derivados
de este fenómeno favorecerían que en su superficie se mantuviera el agua en estado líquido y evitarían que se cubrieran de hielo, aunque se encontraran alejados de su estrella.
“Hasta ahora describiríamos estos objetos como mundos helados, y no
serían prioritarios en los proyectos de exploración”, indica Shawn
Domagal-Goldman, astrobiólogo de la agencia espacial estadounidense. “No
obstante, esta nueva aproximación amplía nuestra idea de lo que es un planeta habitable y dónde pueden encontrarse”, añade.
En el ensayo, publicado en la revista Astrobiology, los científicos estudiaron el caso de un cuerpo hipotético con la misma masa que la Tierra, situado en un sistema con uno o dos gigantes de gas, como Júpiter o Saturno, y presidido por una estrella parecida al Sol.
Así, observaron que, en ocasiones, los tirones
gravitacionales que ejercían los grandes mundos gaseosos podían cambiar
la orientación del eje de rotación del objeto similar al nuestro
incluso en pocas decenas de miles de años, un suspiro en términos
geológicos. De hecho, en el sistema binario Upsilon Andromedae, a 44
años luz, parecen darse unas condiciones parecidas a las descritas en
este modelo.
Los investigadores realizaron miles de simulaciones con 17 tipos de conjuntos planetarios
y comprobaron que esa especie de bamboleo tenía un gran efecto sobre
los glaciares en particular, pues la cantidad de luz que reciben afecta
mucho al modo en que crecen y se derriten.
Como resultado, algunos mundos podrían mantener agua líquida
en su superficie pese a encontrarse el doble de lejos de su estrella que
la Tierra del Sol.
“En esos casos, la denominada zona habitable podría extenderse mucho
más allá de lo que podríamos esperar”, señala John Armstrong, de la
Universidad Estatal de Weber, en Utah, que ha coordinado el estudio.
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